Cada 9 d’Octubre, el corazón de la Comunitat Valenciana late con más fuerza. Es el día en que celebramos nuestra historia, nuestra identidad y, sobre todo, a nuestra gente. Porque si algo define a los valencianos y valencianas es su humildad, su esfuerzo diario y su pasión por lo que hacen. Somos un pueblo trabajador, que ha sabido convertir la huerta en arte, la música en alma y la fiesta en símbolo de unión.
No se puede entender la Comunitat Valenciana sin sus bandas de música, que acompañan cada celebración, cada procesión, cada despertar festivo. Sin los bous al carrer, que llenan de emoción las calles de nuestros pueblos. Sin les Falles, que combinan sátira, fuego y arte efímero. Sin el Cant Valencià, Tir i Arrossegament, la colombicultura, las romerías, las danzas tradicionales, la pilota valenciana, y esa huerta fértil que nos alimenta y nos conecta con la tierra.
Y si hay algo que nos une alrededor del fuego y la cuchara, son nuestras recetas. La paella valenciana, símbolo universal de nuestra cocina, y las calderas populares, que reúnen a generaciones enteras en plazas y calles, son mucho más que platos: son rituales de convivencia, de identidad y de orgullo culinario. Cada cucharada lleva el sabor de nuestra tierra y el calor de nuestra gente.
Cada pueblo de las tres provincias (Castellón, Valencia y Alicante) tiene su propia esencia, sus costumbres, sus sabores y sus sonidos. La Comunitat Valenciana es diversa, y esa diversidad es nuestra mayor riqueza. Somos montaña y mar, somos naranjos y olivos, somos tracas y silencio, somos tradición y modernidad.

Y en ese mapa emocional, El Puig de Santa Maria ocupa un lugar especial. No solo por su belleza y su gente, sino por su papel histórico como enclave clave en la Conquista del Reino de Valencia. Desde aquí, Jaume I trazó el camino que nos convirtió en pueblo, en cultura, en territorio. Y desde aquí también recordamos a figuras como el padre Jofré, pionero en la defensa de los más vulnerables, fundador del primer hospital psiquiátrico del mundo, ejemplo de humanidad y compromiso social.
Somos afortunados de vivir en esta tierra. Por su gente acogedora, por su lengua, por sus raíces profundas y por su capacidad de celebrar la vida. Aquí, cualquier excusa es buena para juntarnos en un almuerzo, una comida o una cena. Y si no hay motivo, lo inventamos. Porque somos hermandad, somos un pueblo que integra, respeta y abraza a todas las culturas que conviven en nuestra tierra.
En los momentos difíciles, nos levantamos juntos. Lo hicimos durante la DANA, cuando el agua lo arrasó todo y el pueblo se unió para ayudar, reconstruir y seguir adelante. Esa es la verdadera fuerza valenciana: la solidaridad, el coraje y la esperanza.

Tenemos un futuro brillante. Nuestra industria, nuestro turismo, nuestra innovación y, sobre todo, nuestras personas nos colocan como una tierra de oportunidades. Somos la casa de Joanot Martorell, autor del Tirant lo Blanc; de Vicente Blasco Ibáñez, cronista de la Valencia vibrante; de Sorolla, que pintó la luz de nuestro Mediterráneo; de Maria Beneyto, voz poética de la resistencia; de Nino Bravo, que llevó nuestra voz al mundo; de Ausiàs March, poeta del alma y del amor; de Enric Valor, guardián de nuestras palabras y nuestras rondalles; de Miguel Hernández, que desde Orihuela escribió con sangre y verdad; de Sant Vicent Ferrer, predicador incansable y símbolo de unidad; de Rodrigo de Borgia, el Papa valenciano que marcó la historia de Europa; de Juan de Juanes, maestro del pincel y del color; de José Iturbi, pianista universal nacido en Valencia; y de Luis Vives, humanista brillante que iluminó el pensamiento europeo.
Como dijo el poeta valencià Marc Granell: “Som poble”. Y ese pueblo, hoy más que nunca, se alza con orgullo.
Y, como dice la letra del himno de nuestra tierra: Valencians en peu alçem-se.