Cada 6 de diciembre celebramos el Día de la Constitución Española, una fecha que nos invita a reflexionar sobre el consenso histórico de 1978 y, al mismo tiempo, sobre los valores que hoy necesitamos reforzar para sostener nuestra convivencia: la igualdad, la libertad, la justicia y, sobre todo, el respeto hacia quienes piensan diferente.
La Constitución fue fruto de un acuerdo amplio, de un consenso que permitió superar divisiones y abrir un camino de convivencia democrática. Ese espíritu de diálogo y entendimiento es, precisamente, lo que más echamos en falta en la actualidad. En un tiempo marcado por la polarización y el enfrentamiento, conviene recordar que la democracia no se sostiene en la imposición de una sola voz, sino en la capacidad de escuchar, reconocer y convivir con la pluralidad.
Hoy, más que nunca, debemos defender y poner en valor la democracia como el mejor sistema de gobierno. En estos tiempos, la democracia se ve denigrada y cuestionada, mientras algunos ensalzan modelos autoritarios como supuestos ejemplos de buen gobierno. Pero la historia nos demuestra que sin democracia no hay libertad, ni igualdad, ni respeto a la dignidad humana. La democracia no es perfecta, pero es el único sistema que nos permite corregir errores, mejorar instituciones y garantizar que todas las voces, incluso las discrepantes, tengan cabida.

El texto constitucional proclama que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, independientemente de nuestro origen, condición o lugar de residencia. Esa igualdad no es solo un principio jurídico, sino una promesa de futuro: que cualquier persona, viva donde viva, tenga los mismos derechos y libertades. La Constitución abraza la diversidad de España —sus lenguas, sus culturas, sus territorios— y la convierte en riqueza dentro de un marco común de convivencia.
La Constitución nos ofrece un amplio abanico de derechos: libertad de expresión, de reunión, de culto, de participación política. Pero también nos recuerda que ser ciudadanos implica obligaciones: respetar las normas, contribuir al bien común, participar activamente en la vida pública. La democracia no se sostiene solo en lo que recibimos, sino también en lo que aportamos como sociedad.
Uno de los pilares fundamentales de nuestra Constitución es el derecho al voto de todos los ciudadanos. Votar no es solo un derecho, es una responsabilidad que nos permite decidir colectivamente el rumbo de nuestro país. Las instituciones democráticas —el Parlamento, los ayuntamientos, los tribunales, la propia jefatura del Estado— son la garantía de que las decisiones se toman dentro de un marco legal y legítimo, evitando que el poder se concentre en manos de unos pocos. Defender estas instituciones es defender la democracia misma.

Hoy, más de cuatro décadas después de su aprobación, la Constitución sigue siendo el pilar que sostiene nuestra convivencia. Pero no basta con celebrarla: debemos actualizar su espíritu en nuestra vida cotidiana, practicando el respeto hacia quienes piensan distinto, defendiendo la igualdad real y trabajando por un consenso que vuelva a unirnos.
La Constitución no es un recuerdo del pasado, sino una herramienta viva que nos une como ciudadanos. Nos invita a mirar hacia adelante con confianza, sabiendo que la pluralidad de España es su mayor fortaleza.
Una promesa de futuro compartido
En este aniversario, conviene reafirmar que la Constitución es, ante todo, un abrazo colectivo a la diversidad y a la convivencia. Un pacto que nos une como pueblo y que nos compromete a seguir construyendo una sociedad más justa, más libre y más igualitaria. El reto de nuestro tiempo es recuperar el consenso y el respeto, defender la democracia frente a quienes la cuestionan y recordar que nuestros derechos van acompañados de obligaciones. Solo así la Constitución seguirá siendo no solo un texto, sino una promesa viva de futuro compartido.

